Marisa Villardefrancos

 

María Luisa Villardefrancos Legrande –cuyos seudónimos fueron en traducciones Legrain. Legrand, probable Leonor de Noriega; Marisa; M.Legrand y M.L.V.-, vino al mundo el 15 de octubre de 1915 en el municipio de Vedra al sur de Santiago de Compostela y en el límite entre las provincias de A Coruña y Pontevedra. Su padre Luis Villardefrancos, era empleado municipal y escritor en revistas, y su madre, María de los Dolores Legrande, maestra de instrucción primaria. Tuvo una única hermana, la menor, Gloria, que falleció mucho antes que ella al parecer de un derrame cerebral o un ataque cardíaco, puntos no esclarecidos ya que a Marisa le causaba un profundo dolor mencionar el tema de Gloria a quien quiso entrañablemente, y con quien escribiera algunas obras de teatro.

Marisa contrajo la poliomielitis a los cinco años quedando así marcada de por vida, problema que luego se agravaría, en su edad madura, con la extensión de un reuma deformatorio que llegó hasta inutilizarle las manos, por lo cual en los últimos años de su existencia tenía que dictar sus novelas.

Aprendió a leer y a escribir antes de los cinco años y muy poco tiempo después empezó a escribir cuentos. A los doce fue a ofrecérselos al director de un periódico. Estudió Magisterio y se diplomó en Estudios Superiores de Educación. A principios de los años 40 toda la familia se fue a vivir a Madrid.

Que se sepa, tras la muerte de sus más directos allegados, padres y hermana, no le quedan familiares que puedan hablarnos de ella, lo que dificulta grandemente cualquier investigación sobre su vida en aquellos años juveniles.

Se sabe, eso sí, que su talento le fue abriendo puertas ya que su primera editora fue Consuelo Gil Roësset, quien le fuera presentada por Julio Camba, contando además con la inapreciable recomendación de Wenceslao Fernández Florez.

Empezó escribiendo en las revistas Chicos y Mis Chicas, más adelante también escribe teatro para niños principalmente, luego llegará la radio y con la radio la Cadena SER y la difusión en las ondas de sus novelas Almas en la sombra, El Brezal de las Nubes y El caballero de los Brezos a los que seguiría la trilogía de El teniente médico Jefferson y muchísimos mas, publicadas por Ediciones Cid. Al crearse la Biblioteca de Chicas, editada por Gilsa, Marisa fue una de sus más asiduas colaboradoras, aparte de hacerlo también a lo largo de su vida, en colecciones de diferentes sellos.

La obra de Marisa Villardefrancos es inmensa y sus libros se cuentan por cientos, muchos de ellos los firmó con seudónimo; los de sus últimos años fueron para Editorial Bruguera que según parece por las informaciones recibidas de Vicente Maciá Hernández, amigo suyo hasta el final, le exigía entregarle de 3 a 4 novelas mensuales, esfuerzo más que sobrehumano en una persona sana y mucho más en una que, como ella, estaba enferma.

Esos años fueron muy tristes a nivel salud, cada vez viéndose más y más limitada, y a nivel económico, ya que todo lo que ganaba se le iba en medicinas.

Persona muy sociable y dotada de un gran corazón, tenía multitud de amistades, personas jóvenes en su mayoría, con las que hizo el papel de consejera y mentora, e incluso a veces hasta de madre con su ternura y comprensión, prueba de ellos es que “sus chicos”, como Marisa les llamaba, uno de ellos Vicente Maciá Hernández, no la han olvidado y la recuerdan con gran afecto y devoción.

Marisa Villardefrancos conoció las mieles del éxito y la popularidad porque fue una gran escritora de enorme sensibilidad, que escribía muy bien, documentadamente y con inteligencia. Cultivó la novela histórica con gran conocimiento de causa, historia antigua e historia moderna, pero fue encasillada en la novela romántica, “rosa” en el decir de la época, porque era lo que privaba entonces si pensamos en un tipo de público determinado, pero su novelística está a la altura de una Emily Brontë, un Rafael Sabatini, de una Baronesa D’Orzy, de una Daphne du Maurier, una Pearl S. Buck, o de una Vicki Baum.

En Alicante, donde residía debido a que el clima aliviaba sus dolores, falleció el 20 de junio de 1975 y su muerte tuvo que ver con una negligencia médica; acababa de regresar de un viaje a Madrid y recién llegada tuvo que ser internada de urgencia porque se encontraba muy mal y con una fiebre altísima. Ella era alérgica a la penicilina y los médicos estaban avisados, más a pesar de todo le inyectaron el antibiótico, “apenas le quitaron la aguja murió”.

Marisa era cataléptica por lo cual fue velada tres días por sus amigos y luego el certificado de defunción avaló su óbito.

Después silencio y olvido por parte de editoriales y gran público, una lamentable omisión hacia una escritora que fue de las mejores de su época y que bien merece que se resucite su obra.

Mi agradecimiento a Vicente Maciá Hernández que me ha contado muchas cosas acerca de su amistad con Marisa Villardefrancos así como sobre los últimos años de su existencia que él conoció personalmente, también mi reconocimiento a Enrique Martínez Peñaranda, por su magnífico estudio sobre Marisa Villardefrancos en el Volumen I de ESCRITORAS ESPAÑOLAS DEL SIGLO XX y que me ha servido para documentarme en lo referente a la vida pública de la escritora gallega.

Gracias a los dos.

© 2008 Estrella Cardona Gamio

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