Oscar Wilde


Oscar Fingal O’Flahertie Wilde nació en Dublín el 16 de octubre de 1854, en el seno de una familia acomodada y culta en la que el padre, sir William Wilde, aparte de ejercer la carrera de medicina, escribió y público libros sobre arqueología y folklore y la madre Jane Francesca Elgee, poetisa, especialista en mitos celtas y revolucionaria, fue una singular mujer cuya influencia resultó decisiva en la infancia de Oscar Wilde, ya que unía al temperamento una gran imaginación, que, sin duda, heredó su hijo, obligado en la niñez a vestir como una nena –por otra parte costumbre bastante extendida en la época-, en imagen substitutiva de su hermanita muerta a temprana edad.

Todos conocemos, más o menos, la vida de Oscar Wilde, teniendo en cuenta que su existencia, a semejanza de otro colega suyo, Lord Byron, casi atrae más por su propia anécdota que por su obra, sin que ello sea menoscabo para con una extensa producción repartida entre poemas, teatro, cuentos infantiles y su, única, famosa y original novela El retrato de Dorian Gray, en la cual creó un personaje que luego ha sido muy imitado.

Aunque hoy en día Dorian Gray se nos antoje un pardillo a quien finalmente matan sus propios remordimientos, lo que indica que en el fondo no dejaba de tener ciertos escrúpulos morales, esta novela escandaliza a la hipócrita sociedad inglesa de su tiempo, etiquetándola de “muy audaz y terriblemente perversa”, y le trajo sus primeros quebraderos de cabeza que él capeó a la irónica manera que le era habitual.

Educado en buenos colegios, entre 1874 y 1879, sufrirá una crisis entre intelectual-filosófico-mística a la que se une el tener que decidir entre la heterosexualidad y la homosexualidad, este último extremo no precisamente resuelto, por cuanto que en 1884 contrae matrimonio con la hermosa y encantadora Constance Lloyd, hija de un abogado de Dublín, con la que tiene dos hijos varones Cyril y Vyvyan, y a la que no hace feliz, pese a tenerle un gran afecto.

Oscar Wilde empieza publicando poemas y en 1888 comienza con los cuentos infantiles, El príncipe feliz y otros muchos que son una delicia de buen hacer pensado en la infancia. Sus cuentos para niños pueden ser tristes, conmovedores y aleccionadores, pero siempre predomina en ellos, cuando no es la crítica social, la ironía más sutil.

Después vendrían sus relatos, como, por ejemplo, El crimen de Lord Arturo Saville, El ruiseñor y la rosa, o El fantasma de Canterville, que no necesitan presentación, en 1891 el antes mencionado Retrato de Dorian Gray, y entre 1892 a 1895 triunfa como comediógrafo con sus obras teatrales, entre ellas El abanico de Lady Windermere, La importancia de llamarse Ernesto, etc., y Salomé, escrita en francés para que la estrenase Sarah Bernhardt.

El triunfo de Wilde fue clamoroso y su defenestración social estuvo totalmente a la altura del éxito obtenido; de ser el niño mimado de la sociedad inglesa pasó a convertirse en una especie de proscrito de ingrata memoria ya que su affaire homosexual con Lord Alfred Douglas, bastó para hundirle en el descrédito arrastrándole a un juicio vergonzoso y posteriormente a la cárcel de Reading en dónde, artista siempre, escribió la célebre Balada en 1897.

Cuando, cumplida su condena, tres años de prisión, se exilia marchando a Francia, se acoge al seudónimo de Sebastian Melmoth, viviendo en su destierro amargado y gracias a la ayuda desinteresada que le brindan unos pocos y fieles amigos, pero no lo puede resistir y el 30 de noviembre de 1900, muere de meningitis, luego de ser bautizado por el rito de la iglesia católica, en el hotel D´Alsace, siendo enterrados sus restos en Bagneaux y más tarde trasladados al cementerio del Père Lachaise.

Su magistral De Profundis, se publicó la primera vez, parcialmente, en 1905 y por completo en 1962.

(Corre por ahí el bulo de que le es atribuida una novela erótica, o mejor, si lo prefieren, pornográfica, firmada con nombre falso, pero no pasa de ser un bulo, ya que el estilo es completamente diferente al suyo.)

Como sucede con todos los grandes artistas perseguidos, o denominados “malditos”, la sociedad de su tiempo, en este caso, excluyó, condenando al ostracismo, a Oscar Wilde, pero hoy en día la calidad del autor ha vuelto a imponerse y los pretendidos “pecados” no son motivo ya de reprobación ni escándalo, afortunadamente; sus libros, y su teatro, continúan vigentes, lo que significa que él sigue entre nosotros y eso es lo único que importa.
   

© 2001 Estrella Cardona Gamio

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