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Acabo de dejar a mis hijos en el Salón Comunal de los Juegos. Junto con los demás padres y niños hemos bajado en las plataformas-ascensor, para depositar a la chiquillería en las puertas del salón recreativo, donde estarán hasta la hora de la cena. Las vacaciones son agotadoras, los chicos en el hogar trastocan el orden de las cosas al no saber que hacer. ¡Son unas criaturas tan aburridas, sin pizca de iniciativa! Por suerte, en todos los bloques tenemos la planta de los juegos, que siempre es tan útil cuando concluye el tiempo escolar. Así, tranquilos ellos y tranquila yo. Cuando sean mayores no se aburrirán porque nunca falta trabajo en nuestros domicilios. Desde que, a partir del 2050, impera el Nuevo Orden, no tenemos necesidad de salir de nuestras residencias para nada; el hogar es el núcleo de toda existencia; la tecnología se ocupa de ello: trabajas en casa, la comida la encargas y te la envían por el canal transportador, en cuanto a la vida social, sin salir de los inmuebles, nos visitamos, sólo hay que usar los ascensores. Sí, lo sabemos de sobra, todo resulta perfecto desde que se instauró el Nuevo Orden. La pega son los niños, ¡ojalá pudiéramos, también, manejarlos pulsando un botón!... Porque, por lo demás, inseminación responsable, amor libre... Hemos superado con creces el Mundo Feliz y las palabras "padre" o "madre", todavía no son blasfemia, y vivimos tan bien lejos de la contaminación ancestral, lejos de ese maldito sol que destruye la vida allá fuera, en el mundo exterior. Yo no recuerdo haber asomado la nariz más allá de los cristales protectores de las ventanas, que son nuestra única conexión con el exterior, y menos aún, haber bajado al nivel de la calle para contemplarla como han hecho algunos curiosos. La calle... Para mí, para todos los demás, la calle está años luz de distancia. Ni me acuerdo que mis padres la pisaran, tal vez los suyos. El mundo de la calle es una cinta fina y estrecha, situada metros y metros allá abajo, en la eterna oscuridad del suelo. Las calles siempre fueron peligrosas, por eso, desde que se proclamó el Nuevo Orden, se condenaron y excluyeron de nuestra sociedad. Y los que a ellas se aferraron, bueno, supongo que ya hace mucho que desaparecieron. Pero no todo es siempre perfecto, y lo menciono porque a este respecto la televisión, eterna alarmista, viene diciendo desde hace tiempo, que el nivel de la calle va subiendo al ritmo de un centímetro al año. ¡Vaya una pequeñez, y, además, sólo es polvo! ¿No se puede solucionar con extractores? La oposición lo ha puesto a debate en el Parlamento Nacional y pretenden que otros países se interesen por el problema (hablan de progresión geométrica). Pero, ¿qué problema, vamos a ver?, si solucionarlo es rápido y sencillo: basta con los extractores, sólo que el partido que ahora nos gobierna opina que poner extractores significaría un gasto enorme, y que, francamente, no es un artículo de primera necesidad, ya que es mucho más importante ampliar la red de túneles del subsuelo para terminar de alargar las ciudades subterráneas, ciudades reflejo, que las llaman por ser la extensión de las que se yerguen sobre la tierra. Bueno, hay que reconocer que las Ciudades Reflejo serán una maravilla; no habrá que protegerse de los nocivos rayos solares, siempre ventanas con cristales oscuros, ni respirar un aire malsano en cuanto sobrevienen averías en el purificador, habrá pisos y más pisos creciendo hacia las profundidades, niveles de espaciosas y seguras avenidas y numerosos centros de distracción. Resulta obvio que el proyecto es muy costoso y por el momento todo está construyéndose y el ciudadano tiene que tomárselo con paciencia, sobre todo cuando no es económicamente fuerte y reside en las alturas con opción restringida de visitas al subsuelo: espectáculos, vacaciones de verano o de invierno... Producir una red de ciudades subterráneas no es tarea de un gobierno, ni tan siquiera de una generación, no en vano esta obra se ha comparado con la Gran Muralla China o las Pirámides de Egipto. Tal vez nuestros hijos o los suyos, las puedan ver terminadas en un mundo más perfecto y mejor. Estoy agotada, son las cinco de la tarde y ya he concluido la jornada laboral en mi estudio con el Jetinstantnet, descendiente aventajado de los antiguos ordenadores, ahora a por los niños, la cena y luego a entretener a esas criaturas con algo que les pueda interesar. Es el problema de todos los padres, no sabemos que hacer para que se diviertan; los críos ya se han hartado incluso de las distracciones virtuales de moda... Y les ha entrado una manía insólita e ignoro hasta que punto peligrosa, porque quieren leer libros. ¡Habráse visto!... ¡Libros!... Como en la época de nuestros tatarabuelos, cuando que una imagen vale más que mil palabras escritas. El otro día, mi hijo pequeño, tengo dos, apareció con un viejísimo libro de autor desconocido, yo no sé de dónde lo sacaron, que se titulaba Cuento para los niños del siglo XXI. Se trata de un cuento cursi y desprovisto de interés y no alcanzo a comprender que es lo que les gusta tanto de esa historia absurda y en cierto modo subversiva, de ahí que el autor ni lo firme, pero a mis hijos les encanta y se lo leen una y mil veces y, lo que es peor, me lo hacen leer a mí en voz alta mientras miran los dibujos, que, eso sí, está lleno de ellos, por cierto toscos y feísimos... ¡Dichoso cuento, si ya me lo sé de memoria! Es de esas tonterías que se enganchan... Será una vez en el futuro... Cuando la Tierra esté llena de edificios. Cuando ya no existan los bosques, porque habrán sido talados o quemados todos. Cuando los niños no sean alegres, pero no sepan que están tristes. Cuando los niños estén descoloridos, gordos y flojos porque el sol no pueda atravesar con sus rayos la turbia atmósfera... Entonces aparecerá en el cielo, empujado por una extraña corriente de aire, un objeto desconocido, pequeñito, oblongo... ¿Qué podrá ser? Es una semilla, ¿Y qué es una semilla? Una semilla es una cápsula de vida, en ella se puede esconder un bosque, árbol a árbol, un jardín, flor a flor. La vida si hay sol, si hay aire. Y brilla el sol y sopla el viento por encima de las montañas, sobre la niebla sucia de la atmósfera. Pero a ras de la Tierra está la bruma y la tristeza. La semilla ha caído en el suelo, sobre las baldosas, y en una grieta se introduce y se queda allí dormida y sueña que es un jardín que lo llena todo de hojas verdes y de flores, y, al despertar comprueba que el jardín que soñó se ha convertido en realidad. Y la niebla se va espantada, retrocede. Y a los niños se les colorean las mejillas contemplando las hermosas flores. Y un día vuelven los insectos. Y otro día sale el sol y brilla para siempre. Y los niños corren, saltan y ríen. Y crecen los árboles y en sus copas anidan los pájaros. Y las casas se resquebrajan, porque la naturaleza lo invade todo. Y los niños son felices porque pueden ver las estrellas y la luna y mojarse bajo la lluvia y nadar en los ríos y en el mar. Y al atardecer se reúnen alrededor de los frondosos árboles y se cuentan los unos a los otros historias de amor y de esperanza porque el sol ha vuelto y ya nunca más faltarán las flores, los campos de trigo, los verdes bosques, y fluirá el agua limpia en el mar y los ríos. Y nunca existirá la palabra fin. ¿Flores, árboles, animales?... ¡Porquerías, nidos de microbios! El clásico Oscar Wilde decía que no le gustaba el campo porque estaba lleno de hormigas, y, yo opino, que un piso con las baldosas bien fregadas, es lo más hermoso del mundo. |
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