LA
PRIMERA CENICIENTA
por Estrella Cardona Gamio
¿A qué no sabéis una cosa?: el cuento de la Cenicienta es de origen egipcio. Me imagino que ni lo suponíais, igual que yo hasta que me enteré, por eso voy a contároslo tal como me lo contaron a mí una noche en el desierto, contemplando de lejos a las enigmáticas pirámides y bajo el cielo estrellado.
“Sucedió hace mucho más de mil veces mil lunas y tuvo lugar en el lejano y antiguo Egipto...
Reinaba por aquel entonces un faraón joven y hermoso, además de valiente y sagaz, un faraón que todavía estaba soltero. Sus consejeros habían querido atarle con el lazo matrimonial a princesas reales con quienes establecer alianzas políticas muy ventajosas, pero el joven faraón rechazaba siempre sus propuestas aduciendo que los quehaceres guerreros le tenían demasiado absorbido y que aún había tiempo para contraer nupcias.
Los años transcurrían pues, y el faraón continuaba inmerso en sus batallas, expediciones y conquistas bélicas y el trono del Alto y Bajo Egipto no contaba con un heredero de sangre azul que pudiese sucederle como hijo de su soberano. Y de tal manera esta situación parecía no tener remedio, que incluso los dioses de su religión, empezaron a preocuparse.
Isis, la Madre, fue a visitar a su marido Osiris y le manifestó su preocupación por el hecho de que el joven faraón no tuviera descendencia. Osiris meditó sobre el problema largo tiempo y luego hizo llamar a su hijo Horus, el halcón.
-Hijo mío- le dijo-, te ordeno que vueles a mis amadas tierras del Nilo y encuentres solución al despego que muestra el joven soberano reinante acerca de la cuestión de su matrimonio, ya que es menester casarse y perpetuar la dinastía.
Y dijo Horus:
-¿Cómo he de hacer, padre mío?
Y dijo Osiris:
-Tu ingenio te ayudará.
Y oyendo y obedeciendo, el noble Horus, se transformó en halcón y voló hacia las fértiles riberas del padre Nilo, porque el Nilo es la vida para Egipto y Horus sabía que allí iba a encontrar la solución al problema planteado.
Faraón, mientras tanto, regresaba victorioso de una guerra entre las aclamaciones de su pueblo. Se soltaron palomas y se mandó erigir un obelisco que conmemorase tan brillante campaña, luego los escribas se pusieron a escribir los hechos de la batalla, cantando la gloria de Faraón y los escultores empezaron a tallar estatuas gigantescas de su soberano.
Atardecía y el joven faraón, desde la terraza de su palacio contemplaba la puesta de sol ensimismado, cuando de pronto, hete aquí que un rayo pareció descender del cielo y un hermosísimo halcón vino a posarse en su mano. El faraón, maravillado hasta el límite del asombro al comprobar que el halcón, aun siendo salvaje era manso, quedó todavía más sorprendido al comprobar que el ave rapaz llevaba en su pico, cogida por la breve cinta de cuero de una correa, la más diminuta sandalia de mujer que sus ojos hubieran visto nunca, y todavía no había tenido tiempo de comprender lo que aquello significaba y ya el halcón se alejaba raudo dejando a sus plantas la sandalia.
Faraón se inclinó recogiendo personalmente la prenda, y se dijo:
-¿A quién pertenecerá esta breve sandalia?... Su dueña tiene un pie pequeño y estrecho, lo que revela gentileza y donaire, también juventud... Debe ser adolescente y muy bella.
Y por primera vez en su vida, el faraón sintió como el amor entraba en su corazón y en aquel mismo instante y hora, se enamoró perdidamente de la desconocida poseedora de la sandalia, y como era el soberano del Alto y Bajo Egipto, mandó proclamar por todo su reino que sólo se casaría con la joven en cuyo píe se ajustase perfectamente aquella sandalia.
Al instante partieron en dirección a los cuatro puntos cardinales, mensajeros para extender la nueva y ya al día siguiente comenzaron a afluir al palacio real centenares de bellas jóvenes que iban a probarse la sandalia, pero... ¡Oh desilusión!, en ningún pie se ajustaba exactamente, ya que o bien sobraba o bien faltaba.
Faraón estaba desesperado, su desconocida amada no aparecía... Y fueron viniendo de todos los lugares de Egipto doncellas y más doncellas y en ningún pie se ajustaba la sandalia. Como la voz se corrió, hasta de los reinos vecinos llegaron aspirantes a la prueba, pero fue inútil, no hubo nadie que pudiera calzarse la diminuta sandalia.
El faraón se puso enfermo. No quería ni comer ni beber, no dormía, había olvidado las batallas, la gloria, sólo suspiraba y palidecía, sólo deseaba morir ya que la tristeza le devoraba.
La diosa Isis, muy preocupada otra vez, fue a visitar de nuevo a su esposo Osiris y le contó lo que sucedía en el país del Nilo, y Osiris, dios bondadoso y comprensivo, llamó a su hijo Horus, preguntándole enfadado:
-¿Es así como me obedeces?
Y dijo Horus:
-Padre mío, confía en mí.
Y convirtiéndose en halcón, voló hasta el palacio del faraón en cuya cámara entro. Al verle, el joven monarca pareció revivir y ante el asombro de la corte entera que ya le daba por muerto, corrió en pos el halcón, diciéndole:
-¡Tú me trajiste su sandalia, dime, ¿dónde está ella?!
A lo que el halcón, con un aleteo le indicó :”sígueme” y el faraón le obedeció. Salieron de palacio, cruzaron la ciudad y llegaron al Nilo, allí el halcón se posó sobre una barca y el faraón se subió a ella como improvisado marinero dado que empezó a remar siguiendo el vuelo del ave, de este modo alcanzó la otra orilla del río y se detuvo, porque el halcón había hecho lo mismo encima de la humilde morada de un pescador.
Desorientado quedó Faraón ante aquel final, y más todavía cuando, abriéndose la puerta de la choza, surgió de su interior una bellísima adolescente que caminaba descalza. El faraón dijo:
-¿Quién eres, hermosa entre las hermosas, gentil niña?, pues no te conozco, ya que tú no viniste a mi palacio a probarte la sandalia...
Y la joven respondió con una voz más dulce que el soplo de la brisa:
-Cómo podía ser, mi señor, si yo soy tan pobre que sólo tenía un par de sandalias, y un día mientras me bañaba en el Nilo, debió venir algún ladrón y me arrebato una de ellas, de tal suerte, que no me pude presentar ante tu divina majestad, ya que únicamente me queda ésta, que es su pareja y no iba ir yo al palacio del faraón del Alto y Bajo Egipto, calzada de un pie y descalza del otro.
Y en así diciendo, la bella pescadora, extrajo de su delantal un pequeñísima sandalia, hermana gemela de aquella que Horus, el halcón, había llevado al soberano.”
No hace falta que os cuente el final de la historia pues todos lo conocemos, ¿verdad?
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