Los cuentos de Hadas alemanes
por Estrella Cardona Gamio

 

Bien podríamos decir, que, en gran medida, Los cuentos de hadas en la literatura alemana brillan por su ausencia, e, insisto una vez más, habitualmente son engloban bajo esta denominación cuentos en los que no aparece hada alguna aunque se les agrupe bajo ese título. Pero el error es común ya que aparece en muchos libros de distintas nacionalidades y épocas, por ejemplo, en la Francia del siglo XVII; ni El gato con botas, ni Barba Azul, ni Caperucita Roja, ni Pulgarcito, son lo que pudiéramos llamar con justicia cuentos en los que las hadas aparezcan, y , sin embargo, en una primitiva edición así se les presentó quedando el bautismo hecho.

A mi modo de entender, un cuento de hadas es aquel en donde éstas aparecen de manera directa o indirecta, y si no, sólo se trata de cuentos infantiles –realmente no tanto, pero bueno no vamos a entrar ahora en esa polémica-, por ello, ha sido bastante difícil encontrar a esos mágicos personajes en la literatura alemana. Sin embargo no digo que no existan, mas sí que brotan muy espaciadamente y en ocasiones de forma poco clara, ni tan siquiera indirecta, sino más bien confusa.

La referencia la tenemos comparando Cenicienta con sus versiones alemanas. Para ello he buceado en los Cuentos de los Hermanos Grimm –simples recopiladores igual que Perrault-, encontrándome con varias sorpresas, la mencionada Cenicienta y otros. Veamos, pues.

En la Cenicienta de los Grimm, no hay hada madrina sino un brote de avellano –única referencia, ya que el avellano es clásica morada de las hadas-, que la pobre muchacha planta en la tumba de su madre y que al regar con sus lágrimas se transforma en un árbol frondoso convertido en ocasional punto de reposo de una pajarito blanco que le concederá a Cenicienta cuanto ella le pida. Luego intervienen más aves que se convierten en sus cómplices y amigas solucionándole las pruebas que le impone la madrastra, aunque el vestido se lo proporcione el pájaro blanco durante las tres noches sucesivas.

Luego tenemos Bestia peluda –título nada afortunado por cierto-, singular versión de Piel de asno en la cual parece refundirse el cuento de la Cenicienta, y en el que el madrina no sale por ninguna parte.

En Bestia peluda, el padre pretende casarse con la hija a la muerte de su esposa la reina, entonces la princesa, para evitarlo, le pide tres vestidos imposibles, de sol, de luna y de estrellas, siéndole concedidos, desesperada, ruega que le confeccionen otro realizado con trozos de piel de mil animales distintos, a lo que accede el soberano con gran consternación por parte de la princesa, que huirá con sus vestidos y disfrazada con la piel para no ser reconocida.

Ya en el bosque de otro reino, cazadores la confunden con una fiera desconocida pero al final descubren que es una muchacha y la llevan a palacio en donde trabajará en las cocinas del soberano. Se preparan unos festejos y hay bailes; durante tres noches la princesa asiste con sus trajes maravillosos. El monarca, joven y apuesto, se enamora de ella y finalmente la convierte en su esposa.

Aquí no hay zapatito extraviado, ocupando su lugar, pequeños objetos que ella deja caer en la sopa de rey y que luego se comprobará que pertenecen a la princesa.

Otro cuento en el que se menciona a una hechicera, que más bien semejase a una bruja, es el de La bola de cristal, pero la hechicera es anciana, tiene tres hijos y la verdad es que no destaca como madre amantísima.

Hada, o algo parecido, podría ser la viejecita que ayuda al soldado en el cuento Los zapatos gastados de las doce princesas.

En Las tres hilanderas, el trío protagonista aunque bondadoso, más recuerda a las brujas que no a las hadas, a pesar de que su origen tenga un remoto entronque con las Morae griegas, transformadas en Italia con el paso del tiempo, como las tres hadas que llegan en la Epifanía con sus regalos para los niños, o sea la Befana, la Maratega y la Rodoresa, una curiosa versión bastante pagana de los tres Reyes Magos.

En El pájaro de oro es un zorro, en lugar de un hada, el que protege al príncipe.

En La oca de oro, es un hombrecillo de lúgubre aspecto el que le soluciona los problemas al héroe.

En un total de cincuenta cuentos de los Grimm, la aparición formal de las hadas sólo la he hallado en Zarzarrosa, o sea, para entendernos, La Bella Durmiente del Bosque y en La mujer del manantial y sus gansos, en el cual el hada se disfraza de anciana, o es muy vieja realmente, y finalmentw desaparece, una vez cumplida su misión, sin transformarse en el hada radiante y hermosísima a que en espectacular desenlace nos tienen acostumbrados los cuentos de otras nacionalidades.

Otros autores hay como Ludwig Bechstein, nacido en Weimar en 1801, que también se dedicó a recopilar antiguas narraciones orales en sus Libros de cuentos alemanes, uno de ellos, de nuevo la recreación de la Cenicienta y que lleva por título Helena, nos habla del hada madrina, sólo que aquí no hay hermanastras y también las pruebas son diferentes, vaciar un estanque con una cuchara agujereada, construir en un día un castillo, la madrastra muere cayéndose por unas escaleras y Helena se queda dueña del castillo. Atraídos por la fama de su belleza, acuden príncipes y sólo uno consigue enamorarla, dándole palabra de casamiento que luego no cumple ya que marcha y la olvida, el resto del cuento se va en que ella le busca, le encuentra y se hace pastora para estar cerca de su palacio, al final, el príncipe se va a casar con otra y Helena se dirige al baile de los esponsales durante tres noches consecutivas, cada una con un traje diferente, y por fin, sin que medie zapato perdido alguno, el olvidadizo, la reconoce al darle ella un beso en la mejilla. Lógicamente se casaron y fueron felices.

Según se podrá apreciar, el hada tiene escaso protagonismo en Helena.

En El jardín del pozo, del mismo autor, otro viudo con un hijo y una hija, les da madrastra y con ella, hermanastro. La madrastra intenta abandonarlos en el bosque, y en vista de que no lo logra, arroja al niño a un pozo en el cual no sólo no se ahoga sino que, al contrario, le permite el acceso a un jardín encantado en el que son sus árboles los que le ayudan dándole comida y oro, luego aparece un hombrecillo que redondea esa protección ayudándole a encontrar el camino de salida, y el cuento acaba con los buenos premiados y los malos castigados, como es de precepto en estos casos.

Mención indirecta de un hada la tenemos en  El gatito y las agujas de tejer. Una pobre aldeana va al bosque en busca de leña y se encuentra a un gato pequeño y enfermo, lo recoge, lo cuida y cuando éste se cura desaparece, tiempo después, y en el mismo lugar en donde hallase al felino, se le aparece una bellísima dama que le da unas agujas para tejer, agujas que trabajan solas y que acabarán permitiendo que la aldeana venda los calcetines que ellas elaboran y ya no pase más necesidades.

Goethe escribió un extraño cuento, titulado La nueva Melusina, en la que la protagonista poco tiene de hada aunque sí mucho de un mágico personaje que bien podría serlo, ya que su filiación queda bastante confusa al presentarla como un ser de indudables poderes aunque no los ejerza de la manera acostumbrada.

El mismo Wilhelm Hauff en sus cuentos, refiere la historia de El falso príncipe, en el que sale un hada, pero en su obra no abundan precisamente estas apariciones.

En la literatura feérica alemana, la presencia de las hadas se ve suplantada por otro tipo de entidades igualmente mágicas pero carentes de su encanto y belleza: duendes de toda laya y cuyo recuento sería larguísimo, enanitos, ancianas bondadosas y no muy atractivas que digamos, zorros, árboles, gatitos enfermos, abejas, caballos –el buen Falada de los Grimm-, o surrealistas pulgas algo kafkianas como El barón de Hüpfenstich obra de Clemens Brentano, escritor nacido en 1778 en Coblenza.

El papel de las hadas en los cuentos alemanes es tan escaso que da la sensación de que no estén muy convencidos de su existencia, prefiriendo antes a un duende, a un animal o a un vegetal, como benefactor del héroe o heroína.

La diferencia con Perrault, Madame d’Aulnoy o Madame Leprince de Beaumont, es que en cuentos de hadas de estos autores, las hadas surgen en toda su magnificencia como verdaderas protagonistas, de la misma manera también aparecen en la literatura irlandesa aunque en ella adopten, siendo omnipresentes, el aspecto de entidades mágico-guerreras.

Las hadas alemanas no tienen tanto peso –no existen demasiados nombres propios aunque Holda o Werre, el hada protectora de los hogares laboriosos, pueda ser uno de ellos-, observando sus cuentos unos tintes más bien expresionistas que no ligeros y encantadores.

Si tomamos a los Hermanos Grimm como punto de referencia, veremos que sus cuentos, por otra parte antiquísimo y ya difundidos con numerosas variantes que la mayoría de las veces tienen un origen universal, tienden a la educación moral del lector en cuanto se intentan limar asperezas en exceso descarnadas o explicitas; el malo siempre es castigado de forma implacable y terrible, no hay ninguna piedad para él, y los temas escabrosos se soslayan con elegancia.

En Caperucita Roja, tanto ésta como su abuela son rescatadas de la panza del lobo por un cazador -con el doblete de un pequeño alargo en el que otro lobo intentará hacer lo mismo y también será chasqueado-, desenlace que no existe en el original auténtico, mucho menos inocente ya que es una historia de seducción que entraña desagradables ribetes de canibalismo.

En Zarzarrosa se omite el espeluznante final de la madre ogresa del príncipe que despertó a la heroína.

Y por lo que hace a Blancanieves, el cuento más emblemático de los Hermanos Grimm, no sólo no hay hadas, que buena falta harían, sino que, además, y según se ha descubierto no hace muchos años, la madrastra no era tal, sino la propia madre de la princesita, parentesco que Jacob y Wilhelm silenciaron por no considerarlo conveniente dado lo que sucedió después.

Cuentos con claroscuro, denominaría yo a los mal llamados de hadas alemanes, cuentos en los que abundan las brujas, los bosques tenebrosos y los duendes, pero en ningún momento los descalifico ya que forman parte del tesoro infantil de nuestros primeros años.

© C. Cardona Gamio Ediciones 2004


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