Transcurrieron dos años, y un día Rosalind recibió una carta escrita de puño y letra por el propio Benjamín en la que le contaba que se hallaba vivo, y que si aún le amaba, se reuniese con él en un determinado lugar de la costa, cuyas señas se adjuntaban.

Feliz ante la nueva, hizo la joven lo que se le pedía, desapareciendo para siempre de Jamaica, ya que nunca más se volvió a saber de su paradero, y de nuevo la versión oficial fue la políticamente correcta al difundirse la noticia del fallecimiento de lady Rosalind a consecuencia de esas inexplicables fiebres que tanto abundaban y dándosele cristiana sepultura en la cripta de la fortaleza que, sobre el mar, recibía el inofensivo nombre de  mansión